Hay presencias latentes, despiertas en los sueños, permanentes en la vigilia, firmes en mi corazón.
I
Firmeza y calidez en el horizonte,
sueños destilados sin verbo
ni gesto de dolor
donde la templanza atraviesa el tiempo.
Pesar escondido, bondad desnuda,
cómo crece obediente la vida,
cómo dejar una mujer tendida a su orilla
de escapado aliento y ternura rota.
Ella, recompensa ida con el alba
en repetido martirio de mujer.
II
Entre polvo y roca
otorgaba sombra al trabajo y la casa
con su piel de tabaco.
Reciedumbre que solo el río delata,
sudando oro entre las manos.
Su fe emana de los labios,
multiplicando cazabes en navidad.
Abrazo bienhechor de los años,
de ancha ternura como su falda
y el dulce bocado honradez
como su beso memorable.
III
Ella no fue desprendida de un costado
ni es objeto de cupido en la vitrina,
solo teje voces, alcanza sueños
en mi horizonte de papel.
Y la pasión inesperada
como poesía en la mañana sin dueño
o en la tarde que desciende frente al mar.
No es patrón de seda en pasarela
ni plasticidad congelada en la pantalla.
Vive intensa, natural… como si presintiera
el misterio de los pasos y los días
entre los dos.
IV
Elevó su mirada desde la tierra de sol y cambrón.
Entonces, el mar se abrió para siempre.
Para siempre descubrí el amor inundando los cielos,
el abrazo de vida, la familia en gestos desprendidos,
el amparo hecho casa para el mundo
y el detalle presente y preciso
para alegrar los corazones.