Nuestro colectivo cultural presenta con entusiasmo una cosecha de versos cultivados en el conuco creador del joven poeta Nicolás Guevara.
Es el poemario primogénito del autor. Sin embargo, no son pocas las virtudes que posee, de las cuales se nos antoja destacar tres: FE, ESPERANZA Y CALIDAD.
El poemario es una colección de mucha FE, porque cada creación es una certificación de realidades. Pero son certificaciones sensibles, sobre la esencia poética del propio cantor…
“Desde una esquina
veo sobre el triciclo de frutas
o la carretilla de palo
tu sudor goteante hombre sencillo
veo tus poros entreabiertos
floreciendo páginas
de sacrificio y esperanza
llantos perdidos en la sombra
y una risa fresca te cubre los labios
como un cordel de ropas claras
tendidas al viento”.
“Y desde la misma esquina
un poeta rígido como una esfinge
esparce su canto, hasta que broten
los últimos pétalos de la flor
porque no faltará fuerza para gritar como
la crónica del barrio:
escribir la última redada policial…”.
Tiene el poemario la virtud de ser un insistente grito de ESPERANZA. El poeta desea justicia y manifiesta que lo deseado es posible. Esperanza expresada con expresiones de lo nacional-popular.
“Tirapulla-tirapulla
sube y tapa la gotera
Tirapulla-tirapulla
que esta noche lloverá
Tirapulla-tirapulla
hoy albergo la esperanza
Tirapulla-tirapulla
de que pronto aclarará”.
O esperanza expresada a través de fórmulas líricas universales, pero con una originalidad desafiante:
“y, manos negras
que al viento abrazan
sueltan ligeras
la negra paloma
de la paz”.
Pero sobre todo, y como síntesis de todo el poemario es CALIDAD.
Calidad de la palabra, calidad del sentimiento, calidad del pensamiento. Importancia y elevación de las formulas estéticas sin dejar de ser comunicación comprensible por el público del cual surge el poeta; importancia y elevación del contenido ideológico sin salir del paraíso poético.
En fin, (y a pesar del fin que es la presencia reiterada de la muerte), presentamos un poemario que cuyo creador parece estar movido por esas palancas espirituales que animan a nuestro colectivo cultural, entre las cuales está el principio que José martí expresara en esta forma:
“Los versos no deben escribirse para decir que uno está triste o está alegre, sino para ser útiles a los hombres”.
Escuela Taller de Artes Gráficas y comunicación Popular, Inc. 1985
Breves motivos
Mi voz espesa como tamarindo
se derrama lícitamente en la razón
porque mi canto es un árbol
preñado de motivos
motivos que salen de un sudor callejero
y recubren los poros y me llenan de llanto
motivos hay que como fantasmas
están en todas partes:
me asaltan en las calles
brotan de una mirada agria
y se incrustan en mi lápiz
saltan de un pecho de algodón
que abierto a mis labios me frota la nariz
del rincón desierto de mi hogar
del bostezo programado al meridiano
motivos saltan… motivos
que crecen como pinos
o piernas de la vida
y sustentan este canto.
Desde una esquina
Tras el murmullo de la gente
el barrio crece callado
sobre la piel de un niño
de calzón roto y camisa de espanto
sonrisa larga y mirada infinita.
Eres el niño-hombre
que trepas barrancos corres en las calles
peinas la tarde con tu pregón
y en la chichigua multicolor
enarbolas tus sueños de infancia.
Desde una esquina
se te ve mezclar tímidamente
el polvo con el sol
masticando la vida con sabor enérgico
y una mueca de luz
escondida en la tristeza.
Desde una esquina
se ve la muchacha alegre
con su sonrisa de barrio
un barrio dibujado en la sonrisa
y una destilada gota de lluvia
humedeciéndole la vida.
Mujer
desde aquí veo tus manos
soplando el viento y la batea
soplando anafes mañaneros
veo asomar tu vientre
alterado y fecundo
como la tierra que sostiene tu estatura.
Tus pechos son perennes manantiales
tus piernas, columnas de tu vientre
con chancletas que te amparan la existencia.
Desde una esquina
veo sobre el triciclo de frutas
o la carretilla de palo
tu sudor goteante hombre sencillo
veo tus poros entreabiertos
floreciendo páginas
de sacrificio y esperanza
llantos perdidos en la sombra
y una risa fresca te cubre los labios
como un cordel de ropas claras
tendidas al viento.
Una melodía rebelde
brota de los patios
un paisaje se incorpora sombrío
y un callejón sudando pueblo
como cristo de cristal humedecido.
Soy de este lugar
donde los pies perforan las piedras
donde habita una esperanza joven
embriagando la cañada
donde la gente abre los brazos y el alma
como una ventana azul al horizonte.
Aquí, la mañana descubre desayuno discreto
con piel de yaniqueques
por ventanas marchitas
la tarde penetra cargada de angustia
y en el relieve de la noche
el caserío se revela
como un horizonte encendido.
Desde la misma esquina
En esta ciudad
vivo muriendo escalonadamente
olvidando los días en un cuarto sin aliento
ya poco me importan las lisonjas
y la mirada humeante de cierta gente
sigo caminando, sigo escribiendo
construyendo la esperanza
sí, la esperanza, la esperanza…
Y pienso en el viviente que me rodea:
en Pedro, mi vecino
en María, la modista
en Miguel, en Mercedes, en Manuel
en Juan, el carbonero
en Vidal, el estudiante
en Macito, el yolero
en Ramón, el buhonero
en Lucía y Minerva, meretrices.
A todos les ha ocurrido lo mismo
han perdido su sonrisa en la ciudad.
y yo, que nací muriendo en esta urbe
he tenido la sonrisa muerta
desde que era un feto rugoso
arañando un útero desconocido.
Escucho a pedro conversar con el alba:
¿Dónde, dónde carajo está la flor
que hace siglos buscamos, dónde
la luz que nos pertenece?
Hace falta que aprendamos a sonreír
a construir los caminos
a caminar de la mano
a derribar las murallas…
hace falta, que sembremos la victoria.
Y desde la misma esquina
un poeta rígido como una esfinge
esparce su canto, hasta que broten
los últimos pétalos de la flor
porque no faltará fuerza para gritar como
la crónica del barrio:
escribir la última redada policial
o la risa de las adolescentes
a la salida de la escuela
o sobre el canto de un buhonero al amanecer…
no faltará fuerza
para entonar sinfonías rebeldes
ni para formar comités de defensa
ni para mirar hombres grises
ni para dejar sembradas nuestras huellas.
Sólo aquellos que habitan del otro lado
de la ciudad y de la muerte
no han captado la alegría
de un niño bajo la lluvia
ni sentido un nudo de terror
ante el anuncio de tempestad
ni percibido este calor humano
que acordona la ciudad
sólo aquellos
ignoran el porvenir…
Mientras yo sigo aquí
en la misma esquina
clavado como un monumento
o árbol de la ciudad
injertando los versos
y cantando la historia
de un barrio norteño.
Lamento del vendutero
Este viento
que me azota
me lleva
me trae
me palpa y me deja
me muerde y me arrastra
este viento
que me azota
que me azota
este viento.
Antítesis
Pies negros
amasan caminos
negros ojos
miran distantes
y, manos negras
que al viento abrazan
sueltan ligeras
la negra paloma
de la paz.
Rebelión del sujeto
Estoy cansado de escuchar voces en la noche
de hacer lo mismo al levantarme
de mirarme al espejo y descubrir mi rostro
arbitrario siempre a la defensiva
de mantener en silencio mi cansancio
de ver la Mona Lisa siempre sonriendo
de la gente que me mira
sin saber que llevo la muerte
congelada en los zapatos
de mi cuarto y sus afiches
con mis penas colgadas de la pared
cansado…
de pensar en “ella”
como si fuese difunta
o estatua de bronce abandonada.
Estoy harto de tantas cosas
de buscar sinónimos
para no escribir “mierda”
de ver golondrinas
y no saber quién corta su vuelo.
¡Carajo!
Una vez más
¡Carajo!
Por las veces que me lo he tragado,
ya no resisto mi humildad
arrodillada a la ventana.
Estoy cansado
de mis camisas y de quien las vende
de no asesinar el quebranto
de no recibir noticias gratas
de no triturar esta rutina.
Cansado del mismo gesto al hablar
de ver una rata triste en la cocina
de que el sol me queme la esperanza
como hoja que desprecia la rama
o doncella desvalida en el desierto.
Estoy cansado
pero estas manos cansadas
que sólo escriben versos
no son suicidas.
Este libro tuvo una primera edición mimeografiada en 1983, otra ampliada y en imprenta en 1985 y, luego, en 1993 una que integró otros poemas.