La mujer que salta de la valla

Esa mujer apareció un inesperado día, cuando más transeúntes se lanzaban al asfalto y vehículos destartalados ofertaban agresivamente su abandono. Yo la descubrí de repente, mientras me dirigía al Santo Domingo oriental. Estaba en lo alto de la cabeza del puente sobre el Ozama saltando de una impresionante valla con su biquini blanco, como si quisiera dejar el tradicional recurso publicitario, no para bañarse en las aguas de un río por demás contaminado, sino para involucrarse con sabe quién apresurado y anónimo admirador. Su cuerpo esbelto, de extraordinarias proporciones, no dejaba que las miradas se desperdiciaran en otra imagen.

En esta oportunidad, hasta yo, que reconozco el uso irresponsable y perverso que se hace en la sociedad con la figura femenina, no me pude resistir. Aunque debo decir que en mi caso esta publicidad resultó un rotundo fracaso, pues fue tan efectiva que no me percataba del producto que pretendían que consumiera. Confieso que transcurrieron casi dos meses para darme cuenta de que, efectivamente, se trataba de una promoción de una popular bebida alcohólica, razón por la que ella llevaba una botella de ron en su mano derecha, en la cual tampoco me había fijado.

Además, el día que descubrí que se trataba de la renovación de un viejo truco publicitario no sentí preocupación alguna, pues desde muy joven, me entrené en eso de leer minuciosamente la realidad y defenderme de los mecanismos de dominación ideológica, como el recurso de la mujer desnuda que promociona los artículos más insólitos. Y en este caso, menos me debía preocupar, pues, desde la infancia mi ingesta ha estado condicionada por el paladar, rasgo hedonista del cual no reniego, hasta que la edad y la salud me lo permitan. Por tanto, nunca tomo ron, whisky, vodka o tequila, y ya es muy tarde para empezar.

Lo cierto es que no solo a mí impactó esta publicidad, así me lo hizo saber un apreciado amigo, cuando en una conversación de esas de hombres me dijo, que a veces se preguntaba, dejando volar su imaginación: ¿Hacia dónde va esa mujer con ese hermoso salto intentando escapar de la valla que le inmovilizaba? En verdad, se prestaba para múltiples preguntas y una sola respuesta.

Pero, la presencia de esa mujer, veinticuatro horas al día en aquel lugar, era impactante, peligrosa, dijo una señora muy conocedora de la sensibilidad o, mejor dicho, debilidad masculina. Al parecer tenía razón, porque en una ocasión la bajaron de la imponente valla para darle mantenimiento, y se sintió un gran vacío en el cielo, mientras el ambiente en el tránsito se tornó más agresivo en aquellos días. Luego, durante la temporada de ciclones, ocurrió la tragedia que algunos presentíamos y nos íbamos a lamentar para siempre, los fuertes vientos de una tormenta tropical la derribaron, sin contemplación. De inmediato se extendió el rumor de que al caer había matado a siete personas, cosa que evidentemente yo no ponía en duda, ya me había percatado de su cuerpo homicida.

Esa ocasión fue aprovechada por una empresa de la competencia, fabricante de bebidas espirituosas, para colocar en el extremo occidental del puente otra gigantesca valla, también con una mujer anunciando sus productos. Desde luego, que con menos éxito, pues a pesar del imponente tamaño de esta nueva estructura publicitaria solo un agudo observador, como yo y algunos amigos filósofos de esquina, podía percatarse de que estaba allí opacamente, intentando sin éxito llamar la atención.

Ahora, mientras muchos se animan a recoger firmas para pedir que vuelvan a instalar a la mujer del biquini blanco con su hermoso salto de altura, otros, no menos conmovidos, permanecemos en silencio extrañando su peligrosa presencia en la vía pública.