Boca de luz
Una sonrisa solidaria
una pisada fina en el aposento
un vestido colgado junto al pantalón
una uña rascándome el alma
una nariz profanando mi oreja izquierda
un ojo tuyo mordiéndome los pasos
un cuerpo paralelo junto al mío
un gesto cálido en mi tristeza
una boca amplia repleta de luz
eso espero de ti…
mujer.
Muchacha taimada
Cada mañana te levantas, escoges un vestido y te metes al espejo. Callada sales a la calle, acudes al mercado, todos te miran –hermosa-. Luego vas al Instituto, conversas con amigas. Serena regresas a la casa, enciendes el televisor y como de costumbre, te abrumas. Entonces, penetras en tu cuarto, cierras el cerrojo, vuelves al espejo, paulatinamente te desnudas, sin pensarlo más invades la cama y desatas en ella los pensamientos y las ganas.
Gotas de metal
¡Ay
si pudiera
tocarte
en el momento preciso
en el lugar
más frágil
donde más
te duela:
ahí, en esa
esquina del alma
donde no llegan
mis lamentos
y tu angustia
se destila
como gotas
de metal!
Sueño olvidado
He cerrado los ojos
para verte
he olfateado flores
para sentirte
he retornado al pasado
para tocarte
he despertado repentinamente
para perderte
he muerto ayer
para olvidarte hoy.
Vigilia
Dormir, anoche no pude. Sobre mi techo un doloroso gemido se hizo perenne. Alguien se quejaba ¿una niña caída del cielo o fue espejismo, sueño, acaso delirio?… No, pues ojos clavados, antorcha en mano palmoteé mi cara y subí al tejado: – ¡Eh, soltadla, Benjamín. Ella se erizó al verme. Apenas tiene seis meses, ya conoce los techos y la luna y sabe quejarse muy bien, mi gata de madrugada.
Tus ojos claros
Me duelen tanto tus ojos claros
como me duele la vida.
Atrevida mi dolencia grita
sin saber dónde perderán
el brillo tus pupilas.
Son tus ojos nada extravagantes
como ellos –serenos y amplios-
abundan en las paradas de la ciudad
sólo que…
me duelen tanto tus ojos claros
como me duele el viento en el costado
o pellizco en el alma
y no hay canto que alegre se levante
ante lo prohibido y la nostalgia
no hay viento que mueva tus párpados
sin traer a ellos mariposas.
Sólo que…
me duelen tanto tus ojos claros
como me duele la vida
como me duele lo imposible.
Gestación
Eres verde
como una hoja
tu presencia
me parte la vida en dos
como tus ojos
tu origen
se desprende de la tierra
y tú, penetras en mis bienes
alegre
tierna
fecunda…
como la naturaleza.
Crecer
Crece un árbol
y consagra la tierra.
Crecen mis manos
y son para tocarte.
Crecen caminos
y se pueblan de huellas.
Crece tu silueta…
y se traga mi sombra.
La niña
Gustaba comer golosinas
cantar el matarile
usar vestidos de encajes
florear su pecho saliente
al espejo
y abrazar peluches de colores
en las noches lluviosas.
Nunca imaginé que hoy
estaría apretándome a su pecho
tras las cortinas de mi cuarto.
Indiscreción
Después de todo
es honesto decir
que me conmueve
tu
espalda sudada
tu
movimiento ondulante
tu
tierna redondez
tu
horizontal posición…
mujer.
Espacio interferido
En lo que era su mayor gesto de sinceridad a lo largo de sus vidas, el mundo, y sus pequeñeces, quedó atrás en un instante:
La puerta resonante se cerró a sus espaldas. El silencio tomó posesión de las cosas. Olor a vida, un olor a piel bañaba el cuadrante. En un extremo reluciente, un lecho tibio de sábanas y poemas se extendía sediento. Ella, liberando sus cabellos, dibujo algunos pasos hacia el fondo de la habitación. Él tiró la última bocanada a su cigarro al tiempo que dejaba caer hacia la calle su vista de joven halcón enamorado.
Verdes cortinas cubrían la atmósfera. Un viento frío, escapado del mar, les helaba las narices y los dientes, acrecentando el pánico agradable de la entrega. Ella, con asombro de mujer mal sentada, reclinó su estatura de bronce sobre la cama dejando escapar el brillo grave de sus ojos. Él, rígido, se acercó apenas respirando como quien comete su primer pecado.
Afuera, trémula y turbulenta, se horizontalizaba la ciudad con cementerios, mercados, burdeles, talleres, impostores y habladores, artesanos y poetas. Mientras caía la noche sobre peatones y vehículos que con destreza acrobática se disputaban el pavimento en una absurda rutina de la vida. Adentro, donde pierde sus límites la vida, dos cuerpos acrisolados, frágiles y desnudos proyectaban su entrega en el espejo justo al instante en que ella dijo con ahogada voz: “La luz, por favor, la luz…” ¡Y ya, no supe más de mí!