… Pero tengo mambo

En el transcurso de mi vida me he caracterizado por ser una persona ajena a ciertos vicios terrenales, como café, tabaco y alcohol; pero generalmente sorprendo a las personas, cuando descubren que detrás de la visible discreción tengo mambo, sin que esto guarde relación alguna con el inmortal Pérez Prado. Y no es para menos, pues mi adolescencia transcurrió en un barrio popular de Santo Domingo, a principios de los años setenta, escuchando salsa y bailando esporádicamente. Fui seguidor de las Estrellas de FANIA, hasta llegar a ver una de sus películas en un deteriorado cine de Villas Agrícolas. Era la época del poliéster, las camisas de flores y los zapatacones.

Desde entonces, he sido consciente de que el ritmo forma parte de mí y de mi entorno. Ahora bien, por el estilo de vida que llevo asisto a pocas fiestas, una o dos al año, aunque cuando lo hago bailo todos los ritmos musicales y no repito pareja. Cuando de mover el esqueleto se trata, tengo la experiencia mínima como para no quedar mal. Así pues, con el pasar de los años aprendí a distinguir la personalidad de una mujer, mientras bailamos; sé de sus secretos más íntimos al tomarle la mano o la cintura y dar media vuelta. Es asombroso descubrir el ritmo, ya sea como una ventana abierta al misterio de nuestras vidas. Salsa, Rain Ader

En la Grecia clásica, por ejemplo, consideraban que la música era una suprema manifestación del Ser, debido a su base numérica descubierta y organizada por Pitágoras. En China, nos dice Josep Soler, el sonido es naturaleza y la música se encuentra en el espacio temporal, por consiguiente, la música es tiempo. Mientras que en la India es concebida como ligada a la filosofía y la religión, de modo que adquiere un sentido trascendente. Asimismo, algunas tribus de África jamás pronuncian lingüísticamente los nombres de sus dioses, sino con sus tambores. Lo cierto es que la música como producto cultural, parece estar ligada a la esencia humana, por lo cual cada uno de nosotros desarrollamos nuestro propio sonido, nuestro propio ritmo interior, enriquecido socialmente.

Por todo esto, queda claro que la música constituye uno de los signos más característicos y trascendentes de la humanidad. En el caso de la región de Caribe, expresa claramente nuestro hermoso sincretismo cultural. La tambora, la tumbadora y el bongó, mantienen una acoplada convivencia rítmica con el piano, el acordeón, los instrumentos de cuerda y los de viento. De esa sonora relación han surgido numerosos géneros musicales, quizás los más cadenciosos y sensuales que los humanos hayamos podido crear.

En el Caribe el sonido de la percusión, remembranza africana, provoca que llevemos casi un 70% del ritmo en el torso, las caderas y no en los pies o las piernas, como en otros pueblos nativos de América o Europa. De ahí nuestra sensualidad y sentido del baile como sutil aproximación erótica, aunque el texto que acompañe la melodía tenga un lenguaje tosco, un carácter melodramático, irónico, insulso o místico. El ritmo musical se impone en nuestra región, al despertar nuestra sensibilidad, primero que el timbre de voz y el significado de las palabras. De modo que, al oír un pimentoso merengue, adquiere relevancia la frase: “Ahí sí hay mambo.”

Salsa, de Rain Ader

Son infinitas las ocasiones en que el baile de una melodía ha sido el pretexto para que hombre y mujer encontremos nuestros alientos en medio del salón, como un primer asomo de liberación de la afectividad. En síntesis, en las Antillas el baile asume una proyección sensual y erótica a partir del ritmo. Por ello, siempre trae suspicacia una invitación a bailar, un sábado por la noche.

Al valorar esta realidad sociocultural, mi mayor preocupación es la evidente asimetría en la generalidad de nuestras composiciones musicales: cuestionables mensajes flotan sobre contagiosas melodías que nos levantan de los asientos. Una gran parte de dichos mensajes atenta contra la integridad física y social de la mujer, sin que haya públicamente una reacción de rechazo o el necesario rol del Estado en defensa de la ciudadanía. Expresiones tropicales como la salsa, el merengue y la bachata son difundidas sin regulación alguna: “Mátala, mátala, mátala, no tiene corazón mala mujer.” Así, descaradamente un despechado cualquiera, nos invita a cometer un crimen por medio del estribillo principal de una de las salsas más difundidas por los programas especializados.

Por sólo mencionar un caso relevante en nuestro país, fue muy cuestionada la producción “Dame del pollito”. Esta obra, sustentada en una sola frase, carece de todo aliento lírico creativo; en cambio, tiene mucho mambo recuperado de nuestro folclor. Cada vez que escucho este ritmo fusionado con merengue, en el imaginario, me aparece una comparsa bajando hacia el Malecón, orientada en la vanguardia por varias mulatas moviéndose al compás de un redoblante y seguidas muy cercanamente por unos cuantos muchachos. ¡Y a eso, no hay quien se resista! El éxito momentáneo de esta pieza musical residió en el mambo callejero, propio de nuestra cultura popular, pero su texto persistirá en el recuerdo enganchado al ritmo que el colectivo registra en su memoria de baile y gozo. Esto salva esta pieza musical de no ser efímera.

Otras producciones con letras igualmente insignificantes, si no tienen mambo sus creadores disponen de los recursos económicos suficientes para comprar el favor en un sistema corrompido. La carencia de formación nos perjudica extraordinariamente.

Así pues, comparto la idea de que el balance yin yang, es necesario, tanto en la naturaleza, como en la creación cultural. Por eso, cada día me convenzo más, de que tener mambo sin aliento poético, es como practicar sexo sin sentir amor.