Cigua palmera
(Dulus dominicus)
Asombran tus frontales vetas de tigre,
tu voz y tu espíritu caribe.
Dominicus, remembranza de areito
en las palmeras,
resistencia y canto cimarrón en las alturas,
sinfonía de tambor, saxo y acordeón.
Hay convite, algarabía y celebración en tu pico
cuando danzas con el viento huracanado
o sobre la tierra emergida
desafiada por el sol.
El Canario
Ha perdido su canto, el brillo de sus plumas,
su romance de pico.
Todo quedó en la rama de un árbol,
en algún vuelo diminuto y desacertado.
Ahora dormita sin apetito, gorjea con la ciudad
quizás esperando el milagro de Prévert
para que se deshagan los barrotes frente a él.
El Avemdeus
Llegó a la ciudad sin emitir canto alguno, traía el misterio de su origen en algún monte lejano en el tiempo. Su cuerpo, inmaterial, planeaba sin ocultar el sol. Solo los infantes veían sus grandes alas transparentes, su pico redondo, sus crías en las nubes y podían escuchar el trino, el zumbido que parecían salidos del fondo del mar o de las entrañas de un bosque. Cada sábado cuando el Avemdeus surcaba, justo a las 4 de la tarde, ya los niños le esperaban sentados en su banco de ilusión.
I
La ciudad enmudecida
retoma su sonido imbuido de misterio,
ese que viene del curso de las olas,
del canto de los pájaros
y de las almas dormidas y distantes
que habitan mi corazón.
II
Voy con en el viento sobre los árboles
y sus hojas hechas de sombra,
sombra, luz, vida como ave de alas abiertas
al horizonte y de pronto, despierto al iniciar el día.
III
Solo con su plumaje,
sin lugar adonde ir.
Entonces, su canto surcó mares,
sueños, tiempos de sangre y vida
invadiendo los espacios y las almas
libremente.