I. Contexto y proceso de cambio
En la República Dominicana, después de la Revolución de abril de 1965, se entró en una etapa de resistencia y confrontación por parte, principalmente, de la izquierda partidaria ante el régimen de fuerza de Joaquín Balaguer. Este había sido establecido en 1966 bajo el influjo de las fuerzas invasoras de los Estados Unidos, las cuales impidieron la vuelta a la constitucionalidad democrática reclamada con las armas por el pueblo tras el golpe de Estado realizado en 1963 contra el gobierno del PRD encabezado por el profesor Juan Bosch.
Los años 70 estuvieron marcados por la represión, el acallamiento de voces disidentes, el afianzamiento de un liderazgo caudillista, clientelar y patrimonialista encarnado desde el poder por el Dr. Joaquín Balaguer. Así, por ejemplo, en los sectores populares urbanos se sentía la presencia, por un lado, de “La Banda” grupo paramilitar que sembró el terror, sufriendo básicamente los jóvenes las consecuencias de sus acciones; y, por otro lado, la rosada presencia de la “Cruzada de Amor”, institución caritativa dirigida por una hermana del presidente cuyas acciones principales eran hacer política en función de aprovechar la pobreza de la gente para repartir puntualmente: alimentos, juguetes, utensilios de la casa, cajas de muerto, construcción de viviendas cuando se quemaban e incidir en la confección de las listas de los apartamentos que entregaba el propio presidente en persona a los pobres que lograban ser agraciados en el reparto.
Es en ese contexto que en los barrios populares se consolidan los clubes, como espacio de recreación, desarrollo deportivo y resistencia cultural y política. Pero al mismo tiempo, en América Latina, dos movimientos que apuntaban a la emancipación de los pobres causaban impacto en los diferentes contextos nacionales. El primero, la Educación Popular, con un carácter pedagógico-político; y el segundo, la Teología de la Liberación, donde fe y política se articulaban como una corriente al interior de la Iglesia católica con una manifiesta opción por los pobres. Ambos movimientos se enriquecían mutuamente y tuvieron gran incidencia en lo que luego vendría a ser la reconfiguración de los movimientos sociales en toda América Latina y, por supuesto, en la República Dominicana.
La instauración de la democracia en la región (a partir de 1978 nuevamente con el triunfo del PRD en el país) y el derrocamiento de los regímenes militares en Centro y Suramérica, abrió un nuevo escenario en el que surgieron múltiples formas de organizaciones sociales de carácter territorial y temático. En el caso dominicano destacan los comités barriales y de amas de casa; las juntas de vecinos, experiencia que aunque implantada por las autoridades municipales de entonces, poco a poco fue encarnando y evolucionado en el seno de la población no sólo popular sino hasta las capas medias. También sobresalieron las ONG como acompañantes de procesos diversos y a veces monotemáticos (medio ambiente, mujer, teología…) marcadas por una intencionalidad política portadora de una visión crítica del Estado y la sociedad. De manera que, como se ha dicho, este fue un período de surgimiento y reconocimiento de nuevos actores y de ampliación de derechos, aunque no se pueda afirmar que hubo mejoría respecto a las condiciones de pobreza en las que permaneció una gran parte de la población.
Sin embargo, en el naciente movimiento urbano comunal podía distinguirse un conjunto de características en ciernes que ante el movimiento popular tradicional encabezado por los sindicatos, resultaban novedosas. Estos rasgos potenciales anunciaban no sólo la presencia de un nuevo actor, sino también una nueva sensibilidad en la que de alguna manera se intentaba articular lo social y lo político. Entre esos rasgos que se avizoraban en el discurso y la práctica con el anuncio de una nueva identidad social, tenemos:
Lo territorial. En el contexto urbano se consolidó un proceso de ocupación y defensa de un espacio en la ciudad desde la periferia, precedido por dos décadas de migraciones del campo a la ciudad. Así lo territorial fue y sigue siendo un factor determinante debido a la relación que establece la gente con su entorno natural y social, lo cual define un sentido de posesión y pertenencia. Pudiera decirse que las relaciones se daban a partir, principalmente, de lo territorial y de ahí la lucha por la mejoría de la calidad de vida en ese contexto que evidencia los niveles de exclusión en la sociedad.
Lo reivindicativo. El punto anterior remite a una lógica de reivindicaciones materiales desde una situación de hacinamiento y exclusión en la ciudad. Lo reivindicativo es clave porque lleva a la resolución de necesidades cotidianas de sobrevivencia y, por tanto, es una poderosa razón para organizarse. Pudiera decirse que a partir de finales de los años 70 lo reivindicativo no se da desde planteamientos globales de cuestionamiento a la sociedad, sino que surge de lo cotidiano. Esto implica tocar los sentimientos de las personas, las relaciones con el territorio y su gente, de ahí también el desarrollo de manifestaciones de solidaridad, ya presentes en la cultura popular. Por ejemplo, lo moradores de los barrios de la zona norte de Santo Domingo empezaron a reconocer que tenían derecho a vivir con dignidad en un espacio de la ciudad, más aún ante la amenaza de la familia Vicini que pretendía cobrarle por el pequeño espacio de tierra que ocupaban en sus viviendas. Así empiezan a desarrollarse organizaciones comunitarias como manera de que se le escuche y se dé paso a la solución de los problemas que les afectaban.
Lo creativo. La capacidad inventiva de la gente para sobrevivir en la periferia de las ciudades se manifiesta también en nuevas formas de protesta cargadas de simbolismo y teatralidad: encendidos de velas, toques de caldero, quema de incienso, escenificaciones teatrales en la vía pública, entre otras acciones.
La informalidad y el sentido humano. La rigurosidad y rigidez de métodos, estructuración organizativa y militancia presentes en la tradición de la izquierda partidaria dan paso a la flexibilidad en los tiempos y asunción de los compromisos, pues, en la cotidianidad de las comunidades urbanas pobres, se vive enfrentado múltiples problemas. Asimismo, se desarrolla un sentido abierto en los patrones de organización. Además, la propia dinámica de convivencia en el territorio incorpora a la organización unos lazos afectivos propiciadores de incontables momentos de celebración y manifestación de solidaridad. Es parte de la vida del vecindario en el que no deja de haber contradicciones, indiferencias y tensiones.
La autogestión. Este rasgo que en principio emergió ante la necesidad de resolver los problemas de servicios públicos en el barrio, también caracterizó a las organizaciones urbanas comunales. Podría decirse que también representaba una novedad ante la práctica sindical y de la izquierda partidaria portadora de las grandes narrativas de cambio de sociedad. De manera que desde el vecindario se empezó a combinar demanda, propuesta y acción de autogestión. No se conformaba con plantear demandas, sino que, además, quiere aportar a resolver los problemas. Así tomó cuerpo la participación junto a otros agentes como ONG, gobierno e instituciones de cooperación. Todo esto constituye una riqueza que le dio sentido al movimiento comunal y que, desde luego, tiene su matriz en las corrientes de pensamiento latinoamericanas más arriba mencionadas.
El protagonismo de la mujer. Otra novedad que tuvo este movimiento es que puso de manifiesto el rol preponderante de la mujer en la organización y las acciones desarrolladas por esta. No se trataba solo de mayoría numérica, pues su presencia y palabra marcaban la lógica de las organizaciones hasta adquirir protagonismo en la conducción de las mismas.
Este conjunto de rasgos permanece en tensión con los patrones de vida que impone la lógica de la sociedad vigente (individualismo, competencia, indiferencia, silencio…).
La experiencia COPADEBA
Esta situación de libertad de organización y expresión social permitió que poco a poco desde el Estado se tuviera que reconocer la presencia de nuevos actores sociales como son: los pobladores urbanos que ahora demandaban derechos y un espacio para la negociación de las políticas públicas. En el caso dominicano el ejemplo más emblemático de aquella década de los 80 fue el del Comité para la Defensa de los Derechos Barriales, COPADEBA. Esta organización surgida en 1979, a finales de los años 80, en su momento de consolidación, llegó a tener presencia organizativa en alrededor de 30 barrios de Santo Domingo. Además, logró, junto a otros actores, crear la ONG Ciudad Alternativa, especializada en temas urbanos con técnicos del más alto nivel para elaborar, junto a la gente de los barrios, propuestas de mejoramiento urbano con una orientación distinta a la política de desalojo aplicada por el gobierno de la época, como mecanismo de recuperación del territorio de la ciudad.
De manera que, por un lado, estaba la política gubernamental de desalojos que buscaba, entre otras cosas, revalorizar las tierras urbanas para la inversión del gran capital, expulsar las familias de los barrios de pobres del centro hacia la periferia urbana, mayor control del territorio en términos militares, pues las protestas en estos lugares eran muy difíciles de controlar por parte de las fuerzas públicas; y, de paso, también se activar la economía por medio de los proyectos de construcciones, avenidas y viviendas. Además, estos proyectos servían para afianzar una práctica política clientelar, hacer nuevos ricos y financiar la política ilícitamente. Mientras que, por otro lado, crecía la resistencia a partir de generar bases organizativas y capacidad de formulación de propuestas sustentadas en el diálogo de saberes entre un equipo técnico y la gente afectada por los desalojos masivos.
COPADEBA desarrolló así un buen grado de institucionalidad democrática participativa, dio pasos en la construcción de un pensamiento, llegando a proclamar los derechos barriales y contribuyó a la creación de un espacio latinoamericano de organizaciones comunales, instancia que le sirvió también para nutrirse de la riqueza de otras experiencias.
En la medida que esto ocurría también iban perdiendo incidencia actores que hasta el momento habían representado los sectores populares en el escenario de la sociedad, como son: los trabajadores y los campesinos. Los cambios en el modelo económico sumados a los cambios políticos, más el inicio de la era de las tecnologías de la información y la comunicación, así como el fin de la Guerra fría simbolizada en el derribamiento del Muro de Berlín, son factores que han repercutido en la recomposición del mapa sociopolítico en nuestros países.
II. Años de reforma y reconfiguración
Se ha dicho que los períodos de cambio de siglo siempre traen novedades, pero no hay dudas de que estamos viviendo uno de esos grandes momentos de transición de la humanidad que abarca ámbitos como el sociopolítico, científico y cultural. Se trata de cambios tan profundos y drásticos equiparables a los ocurridos en el tránsito de la Edad Media a la Edad Moderna con el Renacimiento, aunque guardando las distancias.
En este orden vemos cómo el mundo se reorganiza evidenciando una recomposición de poderes, así como importantes cambios estratégicos en la geopolítica, por lo que algunos se aventuran a decir que la era de Estados Unidos inicia su fin, otros señalan que eso solo se refiere al plano económico. Asimismo, la ciencia impacta la sociedad con elementos sorprendentes como: la clonación humana, estudios del genoma, al tiempo que las tecnologías de la información y comunicación redimensionan la noción espaciotemporal. Además, las libertades ganadas, las expectativas de la juventud, las nuevas demandas del mercado laboral, las nuevas sensibilidades e identidades y el énfasis en la individualidad plantean un gran desafío para la convivencia hoy día.
Si bien en los años 80 hubo un empuje con una mayor visibilidad y resignificación de actores por medio de conquistas de derechos, no menos cierto es que en el caso dominicano en las últimas dos décadas asistimos a un debilitamiento de los mismos en el plano territorial, con serias dificultades para comprender los grandes cambios en curso, mientras crece el poder mediático en nuestra sociedad. Un ejemplo de lo dicho lo hallamos en los gremios de profesionales, sindicatos de trabajadores, de choferes y el propio movimiento comunal, por sólo citar algunos. Mientras los medios de comunicación ven su poder de influencia crecer hasta convertirse en poderes fácticos, por lo que algunos aseguran que estamos ante democracias orientadas por la lógica mediática y no por los partidos políticos (Garretón, 2008).
Los movimientos sociales clásicos, que pretendían modelos nacionales independientes o transformaciones clasistas acabadas han ido perdiendo progresivamente su impulso vital. Mientras que han emergido nuevos actores desarrollando nuevos movimientos comunitarios, de género, de Derechos Humanos, étnicos, medio ambiente, etc. Así se ha dado un tránsito de la clásica lucha de los trabajadores, concebidos como vanguardia, a procesos de lucha por el derecho a la ciudad, los derechos culturales. Estos movimientos, aunque fragmentados, mantienen un potencial transformador desde una perspectiva reivindicativa, política y sociocultural. Este proceso de cambio acelerado en las últimas dos décadas ha repercutido en el movimiento social popular, así lo expresa Miguel Urrutia (2004) siguiendo y citando a Touraine:
“[…] en la sociedad industrial cuya caída habría empezado en la sexta década del siglo XX, el movimiento obrero habría expresado la centralidad del conflicto desde la clase popular, mientras que en la “sociedad postindustrial”, los movimientos sociales responderían a un nuevo modelo cultural que estaría reemplazando la racionalidad del progreso tecnológico por la realización del individuo como sujeto activo de su propia existencia “la reivindicación era en otro tiempo la del trabajador productivo creador contra el peso y la inmovilidad del orden, del poder y de la herencia. Hoy, frente al movimiento dominado por los aparatos y la clase dirigente, la reivindicación es la del ser, la autonomía de su experiencia y su expresión, y su capacidad de administrar y controlar los cambios que le afectan”.
Esta racionalidad emergente, que además se vio influenciada por el pensamiento neoliberal, está vinculada también con la dinámica de globalización y el acelerado proceso de desarrollo de los medios de información y comunicación. Si bien la globalización como proceso de interdependencia genera desigualdades y el empuje de la tecnología de la comunicación ha provocado nuevos modos de exclusión. Desde luego que en un país como la República Dominicana con más de 10 millones de personas se ha sentido el extraordinario impacto de estos medios en todas las capas sociales, modificando las relaciones de convivencia, tanto en el ámbito público como en el privado.
Es en este escenario predominante a partir de los años 90 que las organizaciones sociales comunales, en cierta medida van quedando relegadas y las organizaciones no gubernamentales, ONG, toman el protagonismo, en algunos casos quizás sin proponérselo, hasta llegar a asumir la representación de las organizaciones de base. A estas les ha sido difícil dar un paso más grande en el escenario global y crear instancias de articulación más allá del espacio inmediato de acción.
Asimismo, las organizaciones comunitarias se ven afectadas, además de la incidencia partidaria, por la lógica de pensamiento de las ONG que las asimilan por medio del tutelaje y la promoción de un funcionamiento como el de ellas. Una muestra es su enfoque en propiciar una formación en las organizaciones comunitarias con énfasis en el fortalecimiento institucional por medio de la capacitación de dirigentes en la formulación y desarrollo de proyectos de financiamiento e incluso en ciertos patrones institucionales originados en las empresas privadas. Cada vez más la dirigencia de las organizaciones se asemeja a técnicos de organizaciones no gubernamentales. Es así como esta incidencia, que en principio se hace con buenas intenciones, empieza a cambiar la lógica de las organizaciones de base hacia una entidad marcada por la racionalidad técnica en vez de la sociopolítica. Todo esto genera dependencia respecto a las ONG.
Finalmente, a todos los cambios indicados anteriormente, en las últimas décadas un elemento trascendente ha sido la vertiginosa transformación de la vida social en las comunidades urbanas provocadas por el incremento de la delincuencia, la violencia, el tráfico y consumo de drogas. La combinación de estos factores ha impactado los niveles de organización y, en ocasiones, las protestas espontáneas. Se percibe que las organizaciones se sienten sin respuestas ante la dimensión de estos problemas sociales y la ausencia de eficaces políticas públicas al respecto.
III. Aproximación a los desafíos
Siempre es aventurado el plantear desafíos y mucho más en momentos de acelerados cambios en todos los órdenes de la dimensión humana. No obstante, a continuación, colocamos algunos puntos como una contribución al debate sobre el movimiento urbano comunal. Entre ellos tenemos:
• Si bien la propia naturaleza microterritorial hace del movimiento urbano comunal un ente atomizado y plural, volcado a lo contingente, lo cual no podría catalogarse como debilidad, el nuevo escenario demanda que se trascienda hacia relaciones y articulaciones más amplias y plurales, incluso más allá de lo propiamente territorial para fortalecer un eje social que viabilice diálogos con los partidos políticos y además sirva de contrapeso al Estado de cara a una mayor democracia social y equidad en las políticas públicas. Hay algunos esfuerzos en ese sentido, sin embargo, adolecen de una visión estratégica, lo que los hace muy dependientes de las agendas de las ONG y los organismos de cooperación.
• Justamente, reivindicar autonomía de pensamiento y acción, de las organizaciones de base respecto al llamado tercer sector y los partidos políticos, es otro de los desafíos a la vista que tiene el movimiento urbano comunal para potenciar su presencia como sujeto en un escenario en el que de repente cambiaron la música y las parejas de baile.
• Para avanzar en la perspectiva indicada anteriormente, se requiere equilibrar los procesos de formación en curso en orden a que sean menos instrumentales y más sociopolíticos. Esto abriría las puertas a una mayor reflexión y comprensión sobre lo complejo y cambiante del momento histórico, de modo que permita readecuar las estrategias. En este sentido empieza a verse algún esfuerzo a través de escuelas de formación sociopolítica.
• De igual modo, ante el creciente reconocimiento y la valoración del ámbito municipal, las organizaciones comunales tienen el desafío de entrar en proceso de diálogo, negociación y reivindicación de un conjunto de necesidades de la gente que los ayuntamientos estarían en capacidad de resolver. Además, serviría para aprovechar los espacios que proporciona el nuevo marco jurídico para impulsar una democracia más directa.
• Poner el ojo en las reformas del sistema de representación es un desafío estratégico de los movimientos sociales en su conjunto, para abrir espacios, potenciar su presencia e incidencia en las políticas públicas y, de alguna manera, contribuir a mejorar la calidad de la democracia.
• En este sentido, uno de los mayores desafíos de las organizaciones de base es promover un ejercicio responsable y activo de ciudadanía desde las pequeñas acciones cotidianas en orden a un mayor involucramiento en los asuntos públicos, sobre todo desde la esfera de las organizaciones, como mediación de la acción colectiva.
• Asimismo, impulsar, por un lado, la generación de propuestas orientadas a la adolescencia y la juventud parece ser uno de los más importantes desafíos ante los crecientes y complejos problemas de delincuencia, violencia y tráfico y consumo de drogas. Mientras que, por otro lado, la exigencia al gobierno de mejores y más coherentes políticas sociales, entre ellas la de seguridad ciudadana, se coloca ahora como una de las prioridades en la agenda de las organizaciones comunitarias.
• Finalmente, compartimos con Frei Betto (2001), que el movimiento popular debe enfrentar el desafío metodológico de partir de lo personal a lo social, de lo local a lo nacional, de lo subjetivo a lo objetivo, de lo espiritual a lo político y lo ideológico. Ahora el trabajo de base sólo tendrá éxito si se asocia placer con deber, creatividad artística y formación, estética y ética.
Referencias:
- Betto, Frei, 2001: Los desafíos del movimiento social frente al neoliberalismo. Rev. Conciencia Latinoamericana XIII.
- Garretón, Manuel Antonio, 2008: En busca de más calidad democrática. Diario El Clarín, Argentina.
- Urrutia Fernández, Miguel, 2004: La Hégira Touraine y el perpetuo ocaso de los movimientos sociales en América Latina. Ciencias Sociales Online, Septiembre 2004, Vol. III, No. 1. Universidad de Viñas del Mar- Chile.