El arte carabelita o cukicá

Nuestro país, al igual que muchos otros del Norte y del Sur, se caracteriza por la preeminencia de relaciones sociales muy desiguales. En esta situación de injusticia se va produciendo la exclusión vertiginosa de las grandes mayorías de la población, pero no sólo en el plano económico y político como es sabido, también en el cultural. Por ejemplo, resulta contradictorio que en una nación donde tanto se habla de puesta al día en los adelantos en la informática y la telecomunicación, la marginalidad sea un fenómeno en expansión en todo el territorio nacional. Hace algún tiempo se publicó que a pesar del crecimiento que registra nuestra economía, va en aumento la brecha entre ricos y pobres, pues hay un reducido sector social obteniendo treinta veces más ingresos que el promedio de la población. Por tanto, no hay mucho que agregar. “El que tenga ojos, que vea; el que tenga oídos, que oiga.”

Paradójicamente, este proceso de exclusión social ocurre en una sociedad que también demanda un alto grado de consumo por parte de las personas más empobrecidas. Por ello, los sectores populares han tenido que desarrollar una extraordinaria creatividad para poder sobrevivir material y espiritualmente.

Cada día aparece la oferta de un nuevo servicio o producto en nuestras ciudades, desde vender habichuelas blanditas en una esquina o callejón, pasando por las barberías juveniles en las aceras y el echar tierra en los hoyos de las calles deterioradas, hasta llegar a tomar turnos en las filas de cualquier dependencia del Estado para venderlos a quienes lleguen más tarde. Todo esto concede razón a las palabras de un sabio hombre del pueblo, cuando afirma que en esta ciudad se puede vivir vendiendo “sorpresa a diez, sorpresa a diez”, pues sólo requiere caminar deprisa después que alguien compre, y tomar una ruta distinta cada día. Es evidente que, desde un horizonte ético, habría que cuestionar este planteamiento, aunque a la ciudadanía desempleada no le están quedando muchas alternativas.

La permanente campaña de inducción al consumo y las debilidades presentes en la formación sociocultural, conducen a los sectores de menos ingresos de la población a consumir artículos carabelitas o cukicás. Esta denominación tiene una carga despectiva y se debe a que la ciudadanía entiende que no llenan ciertos estándares mínimos de calidad, pues se trata de copias o falsificaciones. Una muestra de lo dicho la hallamos en las ofertas de las tiendas de repuestos para motocicletas y automóviles que abundan en nuestras ciudades. Las piezas que se pueden adquirir en dichos establecimientos, generalmente han sido importadas de China, Corea y Taiwán. Su costo es dos o tres veces menor que el de las auténticas. Mientras que su durabilidad guarda igual relación.

Hoy día, los productos carabelitas abarcan casi todas las áreas de manufactura y pueden cubrir una amplia gama de necesidades de la vida moderna. Resulta fácil conseguir a precio módico una joya, una herramienta, una pieza de repuesto, así como todo tipo de objetos para el deleite espiritual. En muchas ocasiones estos artículos son simples falsificaciones improvisadas como las de casetes musicales o alguna pintura clásica. De esta manera, la gente de los sectores más empobrecidos de la sociedad, sobrevive tratando de disfrutar de algo que se le niega y, a la vez, se le reclama tener, pues son receptores de agresivas campañas de incitación al consumo de todo tipo de productos.

Uno de los casos más dramáticos, debido a su repercusión social, ocurría con frecuencia al adquirir vestimentas. Por ejemplo, cuando los padres le compraban un pantalón de fuerteazul o jean a su hijo y después de la primera lavada, además de botar el color encogía, casi hasta la rodilla, teniendo el infante que presentarse a la escuela en esa desagradable condición.

Otro caso que nos merece una atención especial, es el referido a la cerámica y las flores plásticas. La primera, se originó en el período neolítico de la Edad de Piedra, teniendo como máximas expresiones al barro forjado y la porcelana. La segunda, es propia de la edad moderna y surge ante la necesidad de tener plantas ornamentales en lugares con escasa luz, además de ahorrar tiempo y recursos al no requerir de mantenimiento cotidiano. Lo cierto es que hoy día, en los sectores medios y populares de nuestro país predomina el consumo de piezas de cerámica de yeso producidas en moldes. Así, al visitar cualquier hogar de una familia promedio podemos hallar un estante con decenas de estas piezas; entre ellas las más comunes son: jarrones, angelitos, perritos, frutas y biblias abiertas.

Las piezas de mayor demanda son los jarrones. Estos van acompañados de un ramillete de flores plásticas y se les ubica en un lugar visible de la vivienda. Con esta combinación de yeso y plástico nuestra gente pretende engalanar el ambiente hogareño, sin llegar a descubrir que jamás provocará emociones parecidas a las generadas por auténticas plantas florales sembradas en cualquier envase. Pero no sólo estamos invadidos de fulgurantes flores plásticas producidas en el lejano oriente, ahora en los sectores populares las casas se están llenando de fotos de estas imitaciones de la realidad. Dichas láminas pudiéramos catalogarlas como metáforas de tercera clasificación, veamos el desafortunado desplazamiento: a) una auténtica planta de rosas en un tarro de barro; b) un ramillete de rosas plásticas en un jarrón de yeso; c) una imagen a todo color de las rosas plásticas en su jarrón de yeso. Este proceso constituye una ingeniosa manera de sacar a la ciudadanía del disfrute de lo auténtico a la vez que se le introduce en la lógica del mercado por medio de artículos cukicás muy baratos.

Otro caso interesante lo hallamos en el lenguaje, ámbito que desde hace mucho tiempo ha sido invadido por productores de arte carabelita. Si nos asomamos a una librería en los días próximos a la conmemoración del día de los enamorados o San Valentín o el de las madres, encontraremos ilustraciones con mensajes afectivos estereotipados. Se trata de frases cursis, a veces incoherentes, semejantes a las que aparecen en una novela rosa: “La madre es la mejor forma de amar”. Una gran cantidad de gente compra este tipo de frases y las regala a sus seres más queridos, quienes inmediatamente las colocan en la sala de la vivienda. Desde luego que, en este caso del lenguaje, no sólo incide el tipo de formación socioeducativa y las agresivas maneras de publicidad a la que estamos sometidos cotidianamente, pues además en nuestra población existen considerables limitaciones para verbalizar los sentimientos más íntimos. Hemos vivido en una sociedad marcada por un modelo autoritario, donde generalmente los afectos y anhelos personales permanecen escondidos, pero siempre latentes e intensos.

Lo curioso del arte carabelita o cukicá es la capacidad de expansión y permeabilidad que logra en todas las áreas del quehacer humano. Nos resulta fácil comprobar que su poder ha llegado mucho más allá de la creación artística, al invadir campos como los del conocimiento científico, la práctica religiosa y la relacional. De modo que, podemos vivir en cualquier ámbito social experiencias de relaciones personales o institucionales carabelitas, las cuales ponen en relieve la carencia de valores y, por tanto, la fragilidad de la esencia humana. Es por ello que, sencillamente, nos acostumbramos a ser espectadores de acciones políticas sustancialmente carabelitizadas, como un modo de comportamiento en el que los demás son colocados por debajo de los intereses personales o de grupo.

En definitiva, con el arte carabelita nos hallamos frente a un indicador cultural muy peculiar, por sus múltiples maneras de manifestarse. Estamos ante un problema social que abarca todas las dimensiones del ser humano, sin importar su condición económica, política o religiosa. De ahí, la necesidad de profundizar en el estudio de la cultura o más bien, la subcultura carabelita que, a pesar de exhibir manifestaciones distintas, está presente de una manera u otra en la cotidianidad de todos los sectores de nuestra sociedad.

 

Este texto pertenece al libro La Ciudad Cotidiana.